Y henos aquí, embrollados una vez más en el continuo debate de las televisiones. En el mirarse el ombliguito, lleno de roña, de los periodistas, la fustigación más o menos salvaje de los televidentes y la sorpresa (oh!) de los políticos. Volvemos a discutir sobre la telebasura cuando el cubo boza.
Pienso que el problema no está en el contenido de ciertos programas de televisión, sino en el hilo conductor que ha provocado este hecho y como último responsable el inconsciente colectivo. El instinto morboso subyacente en nuestra «avanzada» sociedad de la información. Esa necesidad tan humana-animal de ver lo mal que lo pasan los demás para sentirnos mejor con nuestra propia vida. Y que no es fruto de internet o del diario de Patricia, sino que ya ocurría cuando lapidaban a alguien hace unos dos mil años.
Esas bajas pasiones que, a mi parecer, sólo exorcizamos por medio de la Cultura, con mayúscula. Algo que desde hace ya un par de generaciones, comienza a escasear. El problema no está en lo que los directores de cadena programen para emitir en sus cadenas privadas, sino en la pobre educación que sigue subsistiendo e inundando la sociedad de este país.
Ahora vendrán los políticos en manada, con el control sobre los contenidos en la televisión… Normas de tutela de un Estado para menores de edad, porque eso somos, una sociedad menor de edad. Porque nos gusta Gran Hermano, necesitamos un Gran Hermano. Una cataplasma para las consecuencias de nuestro regodeo en el fango, pero no una solución. La solución no llegará hoy, sino en el mañana de dentro de unos años y no está en las normas restrictivas, sino en la educación y en los valores que transmitamos a nuestros hijos. Al menos, confío en que así sea.