Como ya hace unos días que no me digno a escribir, la vuelta de estas vacaciones de vagancia blogueril me he decidido a hacerla hablando del tema que precisamente hoy está en boca de todo el mundo. Sí, pasó la selección española de cuartos.
Quiero comenzar confesando que soy un ser afutbolístico, que no puedo acabar de ver un partido completo por el sopor que me produce y para mi desgracia (social) sigo asociando ese rancio olor de domingo de carrusel al de la amapola reina, barra libre de opio para todo el mundo. Ni siquiera soy de los que en ocasiones como esta, unen sus voces a la hinchada general en apoyo de la selección.
Pero hoy no, no voy a ser el culo del pepino y pese a mi hastío profundo por el fútbol, he de reconocer que ayer España pasó de cuartos. Y no digo ya la selección, sino todo el país, que superamos un complejo de inferioridad de décadas de forja y sufrimiento. Una mentalidad social que gracias a desenlaces como el de anoche, puede llegar a redimirse de la mezquindad y la mediocridad, y sacar pecho al menos por un tiempo, un día o una noche. Hasta que la volvamos a cagar.
Así que aquí me hallo, cabalgando a lomos del caballo salvaje del fútbol y de la selección. Puede que me inyecte por vena un partido o dos más. Mañana será otro día, de resaca y probablemente de clínica de desintoxicación, pero esa es otra historia… Y tranquilos que yo controlo.